Si hay un aspecto que la pandemia ha destacado por encima de cualquier otro en el mercado laboral es la necesidad, cada vez más diáfana, de mantenerse permanentemente actualizado en cuanto a conocimientos, habilidades y competencias. Lejos quedan ya (si es que existieron alguna vez) los tiempos en los que una licenciatura universitaria constituía todo el bagaje formativo que una persona necesitaba para desarrollar cuarenta y tantos años de vida profesional. La era de la digitalización, de la información ubicua e inmediata y de los entornos híbridos y fluidos provoca que los cambios lleguen en mayor escala y mucho más rápidamentente. En medio de un entorno tan cambiante, la formación permanente se antoja tan fundamental como dos de los principales actores que habrán de impartirla: la universidad y la Formación Profesional.

Introducir cambios de tanto calado en el sistema educativo español conlleva, no obstante, lidiar con una rigidez y unos procedimientos administrativos cuyos tiempos casi nunca van al ritmo con el que el mercado demanda nuevas competencias y perfiles profesionales. Pero los cambios, al final, llegan, y tanto la Formación Profesional como la universidad española se encuentran hoy inmersas en una profunda transformación que permitirá a cualquier persona acceder, de forma flexible y modular, a contenidos diseñados para abordar necesidades específicas, y obtener las credenciales correspondientes que certifiquen la adquisición de esos conocimientos y competencias.