La disyuntiva entre trabajar y estudiar ha quedado obsoleta. Más de cuatro millones de trabajadores estaban realizando un curso formativo en el segundo trimestre del año, según la Encuesta de Población Activa, lo que supone la cifra más alta desde que hay registros (2005). Algo más de la mitad ya contaban con estudios superiores antes de iniciar la formación, por lo que 2.078.000 ocupados escogieron certificaciones no regladas con las que adquirir nuevas competencias o llevar a cabo una especialización, frente a los 612.300 que teniendo este nivel eligieron la regulada por el Ministerio de Educación y Formación Profesional.
Los mayores de 45 años son mayoría dentro de esta categoría, si bien el interés por formarse a lo largo de la carrera profesional se aprecia ya en todas las franjas de edad para responder a las demandas de ‘upskilling’ y ‘reskilling’ del mercado laboral (nuevas habilidades para desarrollar un nuevo puesto de trabajo o mejorar en el cargo actual). Prueba de ello es que había 224.000 jóvenes con edades comprendidas entre los 25 y los 29 años que estaban realizando un curso de formación, un volumen similar a los 240.800 con entre 35 y 39 años y que crece hasta superar los 300.000 con la entrada en la cuarentena hasta el momento de la jubilación.
El avance ha sido significativo en todos los grupos de edad si se compara con el periodo de abril a junio de 2019, el año antes de la pandemia, en el que apenas 2,4 millones de ocupados se formaban en sentido amplio y 1,4 millones de ocupados asistían a cursos no reglados (de los que 1,1 tenían estudios superiores). La introducción de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o el coronavirus, que llevó a muchas personas a repensar su carrera profesional y buscar una mayor flexibilidad, están detrás de estos datos; si bien los trabajadores sénior también buscarían evitar una salida temprana del mercado laboral por no estar actualizados.